Me quejaba del tiempo,
de la vida y de la noche.
Me regocijaba en los problemas que tengo,
sin más.
Entonces llegó ella
contando su vida,
abriendo su corazón
sin preguntar siquiera.
Marido convaleciente;
hija adolescente dada al alcohol
y no así a abstenerse,
u a los tres hijos que tiene
y que cuida la abuela que llora.
Además le han robado el bolso.
Ahí tenía sus papeles,
su dinero,
sus llaves
y la documentación de su otra hija
que para la semana viene. O venía.
Llora y no sabe que hacer:
Todo abrazo es poco;
toda lágrima que llore,
también.
Ahora me cuenta que su hija tiene un bulto.
Es maligno y no se puede operar.
Igual no es tan maligno,
todo va a mejorar.
Venga,
dilo.
La noche arremete y nos despedimos.
La vida le sigue pesando
pero ya la puede volver a levantar.
Es una chica dura.
Al menos más que yo,
que ya ni sé
cargar su pena en el corazón.
Aun no he llegado a casa
y empieza a llover.
Como siempre,
que propicio.
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