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18 jun 2012

Adiós


Me acuerdo cuando cabías en mi mano.
Cuando te cogía en brazos
cada vez que llorabas
y tú te acurrucabas en ellos buscando seguridad,
y segura ya no tenías lágrimas que derramar...
Me acuerdo de lo tímida que eras.
Siempre estabas en tu cuarto
temerosa del mundo de gigantes
que había fuera.
Poco a poco salió tu vena exploradora,
y cuando eras descubierta corrías al cobijo
impenetrable de tu manta rosa
para replantearte la estrategia;
no podías tener prisa,
estabas en territorio enemigo.
El tiempo pasaba y tu cada día aprendías algo.
Aprendiste que cuando decían tu nombre en alto
no era por algo bueno,
que aveces cuando lo decían con suavidad tampoco.
Aprendiste a desconfiar para que no te engañaran,
y como no,
también tu aprendiste a trampear.
Aprendiste a conseguir comida que nadie te podía dar,
a poner ojitos como la más experimentada dama,
a enfurruñarte como una niña malcriada.
Aprendiste que lo que antes era territorio enemigo,
en realidad, era tu nuevo territorio,
y que era tuyo cualquier colo
que estuviese descubierto.
Que ese espacio frente a la ventana del salón
en el que te tirabas
para que te diera el calor del sol,
lo tenías reservado.
Y tras aprender de todo,
cuando estuviste preparada,
saliste al mundo.
Descubriste que las hojas no son peligrosas,
que si alguien te ladra,
puedes asustarlo a un siendo más pequeña,
simplemente, ladrando más.
Cosa que también te servía con las personas
que invadían tu territorio;
todos tenían que saber quien mandaba
si entraban en tu terreno.
Negra como el carbón, 
muchos se burlaron de ti 
por el color de corto pelo,
pero esos que lo hicieron 
no te vieron encandilada
mirando a la luna,
no te tuvieron durmiendo con ellos
o se levantaron contigo, 
sin saber como apareciste ahí.
No, quien te criticaba en verdad no te conocía.
Creciste todo lo que podías crecer,
que no era mucho,
y te volviste grande, 
y por que no decirlo,
un poco rechoncha.
Ya eras una veterana curtida,
sabías donde esconderte,
a quién irle para que te protegiera,
a quien chantajear para comer...
Ya eras una más.
El tiempo siguió pasando sin detenerse
y sin que nadie se fijara en él,
el tiempo te fue cayendo encima.
Yo ya apenas te veía por motivos
que eran ajenos a ti,
y de los que yo no me debería haber apropiado.
Pero, el caso es que empezaste adelgazar,
a cansarte muy rápido,
a olvidar como se corría,
a no tener ganas de nada...
Llegó alguien nuevo a casa
 y tu parecías feliz,
pero impotente:
No dabas, no podías...
Andabas triste, comías triste,
ya no ladrabas como siempre hacías...
Alguien vio en tus ojos tu problema
y se intentó todo,
pero todo lo que se podía era nada.
Me acuerdo de cuando eras pequeña
y teníamos que cuidar todos de ti,
cuando ya no lo eras tanto
 y eras nuestra cómplice en las villanías
 y nuestra compañera en la diversión,
me acuerdo de cuando te fuiste haciendo vieja
sin dejarte vencer por la edad.
Ahora, ya solo queda la última parte de la historia
para recordar,
y dentro de un tiempo me acordaré de este día
y diré de él que fue el día
en el que mientras llegaba lo inevitable
yo me despedía,
porque había llegado el momento
del último adiós.

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